martes, 3 de marzo de 2009

Tacones rojos.. ¿dónde están?

Las mujeres no tenemos un símbolo sexual equivalente a lo que significan las prostitutas para los hombres. Es un hecho. No lo digo desde una posición moralizante, tampoco hago ésta división con pretensiones sexistas, sino que surge como la necesidad de encontrar un emblema semejante. ¡Claro! existen hombres dedicados a la pornografía (sex simbols, streeapers, latin lovers caza fortunas) que son capaces de volver loca hasta a la mujer más aseñorada; frívolos, cachondos, interesantes, arrivistas, seductores, inteligentes; existe una amplia gana, pero no le llegan ni a los tacones —rojos por cierto— de lo que representa la prostitución y el significado tan amplio que conlleva. Es sabido públicamente que es la profesión más antigua y que ellas han desempeñado un rol muy significativo en nuestra sociedad, a pesar de ser considerada (en la mayoría de los países, al menos de este lado del mundo) como una actividad fuera de la ley.
Sin alejarnos del punto de partida, las féminas de este planeta no tenemos este símbolo; es un hecho. Los motivos por lo cuales carecemos de esto pueden ser múltiples: la opresión con la que se ha manejado la sexualidad femenina desde hace miles de años; porque entendemos de forma diferente el amor y el sexo; por lo que fuere, no está presente. Me pregunto ¿qué hubiera pintado Toulouse Lautrec si hubiera sido mujer?, ¿dónde hubiera depositado la fuerza de su pincel? Los cabarets, las variedades, las interminables noches que pasan estas mujeres paradas en las esquinas esperando a sus clientes, tantas y cuántas más historias tenemos de ellas reflejadas en las bellas artes, en la poesía de Bukowsky, en la narrativa de Miller
, en los films de Almodóvar. Musas de los grandes maestros, que han dedicado parte de su obra — o esta completa— a retratarlas, amarlas, vivir con y para ellas; ¿cuántos no han corrido a sus camas, bajo las sábanas sucias de hotel barato a llorar como niños sus más amargas penas? Las han sentido madres, amigas, amantes, hermanas. ¿Cuántas de ellas no han sido, o son hoy mismo, consejeras de artistas, políticos, directores, padres de familia, quebrados o sobresalientes? Esta idea romántica es la que me asalta al enfrentarme a las obras que abordan el tema y sin embargo a pesar de haber buscado un espejo de ellas, aunque sea un reflejo de lo que representan en el género masculino, me he quedado desolada. Cuando intenté escribir un poema pensando en dedicárselo a “ellos” no pude encontrar tan sólo el sinónimo para nombrarlos. ¡Ni hablar de los fetiches! “una minifalda justo abajo de las bragas rojas transparentes, medias de red con ligueros; un brassier que se cae con tan sólo jalar un hilito.” A cambio, ¿qué nos ofrecen a nosotras...? ¿una tanga de leopardo y unas botas vaqueras? ¡Que a su vez compartimos con el mundo gay! Pareciera que siguen siendo ellos solamente quienes imaginan fetiches. Mentira. Ustedes, mundo masculino, tienen mucha imaginación, no hay duda. Han “diseñado” un estilo de nosotras mismas, lo han hecho a imagen y semejanzas de sus propias fantasías sexuales; nosotras aún hemos confeccionado el nuestro. Quizás porque no tenemos los mismos intereses y jamás tendremos, pero —pienso— ¡que interesante hubiera sido! Más justo, tal vez. Digo todo esto con libertad, sin meterme de ninguna manera con la guerra de poder, que encierra tanto la prostitución como el sexo; es sólo por la belleza que este mundo despierta, la fascinación poética, la sordidez que nos explota sobre la cara; por el espejismo.
Sin duda todos somos parte, tanto los que las llaman prostitutas, o sexo servidoras, rameras, golfas, putas... (en algunos casos nefastos, al lado de la palabra madre/s) ¿Cómo negar que somos hijos de esto? El tema es inagotable; distintos puntos de vista, posiciones, perspectivas, sin embargo quedamos faltas de este modelo, huérfanas; a la deriva de las fantasías que seamos capaces de inventar.