miércoles, 17 de marzo de 2010

Hay días...

Otra vez el malhumor de los días cotidianos, de las cuentas que me persiguen, de la nevera vacía, de los cristales manchados, de la nefasta tarea de hacer diario la cama, otra vez me acechan. Observan mis malos ratos expectantes de que caiga -una vez más.- en sus filosos colmillos y ser así víctima irremediable de sus fechorías. Esos días.
Otros basta con echar con una mirada interior, o con pasar de todo, o de preparar una sopa y así se aliviana; de esos hay muy pocos. Existen también los días en que es necesario tomar medidas drásticas, escaparme del mundo, esconderme, taparme hasta la médula y no asomar ni mis ojos.
Hay días a veces, en muy contadas ocasiones, en que la vida es menos maliciosa. Estampa una sonrisa detrás del teléfono, te avisa que la mano está tendida antes de que cortes los lazos, te da oportunidad de cambio, sin hundirte hasta el extremo. Y son esos días los que me llenan, los que me dan la vida. En lo que todo en absoluto deja de estar en el aire y transitan un tiempo. Vuelvo a fragmentarme de inmediato, sin necesidad de trampas, ni caídas ni huidas ni hoyos.
Porque esos días que prometen soles nuevos, vidas, miradas y sueños, esos días son por los que vivo.