¿Después del
huracán qué queda?, es la pregunta que retumba en mi cabeza una y otra vez. Después del huracán no queda nada es una
de las respuestas más ligeras que he escuchado, y por ello mismo de las más vulgares.
Mentira. Después del huracán queda; y mucho. No hace falta abrir la
imaginación, si no simplemente recordar que al día de hoy, por ejemplo, Katrina aún resuena
en nuestra memoria, en la literatura y la música de New Orleans, en el aire que se respira, en todo. Así que nada, tampoco es la
respuesta, en todo caso quedarán los restos de lo que fue. Sin embargo esto
tampoco me satisface, pues cuando un huracán, tsunami, terremoto o cualquier
cambio brusco de la naturaleza sucede, no sólo quedan restos de la antigua
ciudad, civilización o estado, si no que también allí mismo se producen procesos
nuevos: descomposición, tristeza, muerte, destrucción, como también solidaridad,
hermandad de quienes antes ni giraban la cabeza a verte a los ojos, en pocas
palabras: brota una nueva forma de vida. Toma elementos del pasado y los mezcla
con el presente, y aun sin -porque la vida es así: va libre por su camino,
fluye- se conjura un rumbo entrelazado, mezclado; distinto. Un nuevo futuro
viene por delante.
Después de la
catástofre, una vez superado el dolor, la pérdida, el miedo, la incertidumbre…
después de todo ello viene el trabajo. Construir. Poder limpiar lo que es
importante de lo que ya no sirve, lo que se puede reparar, reconstruir o
conservar, de lo que realmente vale la pena deshacerse. No es tarea fácil;
parece más sencilla de lo que en verdad es. Clasificar lo importante es una
habilidad y una necesidad; saber hacerlo un don que se aprende a fuerza de
experiencia. Y así con las manos llenas, minutos, días, horas, semanas, meses,
trabajamos en organizar.
Mientas tanto, por
otro lado… acecha el lobo. El tiempo que no para. Él sigue su curso, abriéndose
paso; no importa realmente qué estés haciendo, el tiempo es igual para todos;
aunque –y aquí la paradoja de todo esto- cada uno de nosotros lo vimos a
nuestra medida y ¡Oh Dios mío!, ¿cómo
es esto posible? tan real como la
realidad misma y sin embargo tan subjetivo, particular y experimental que
prefiero reírme antes que permitirme sentir el miedo recorriendo mis venas.
y después…
Un día, soleado,
nublado, noche estrellada, oscura, en un instante cae la ficha. Levantamos la
cabeza y tomamos conciencia dónde estamos, qué queremos, quienes somos; tal vez
siquiera entenderlo. Sintiendo esa ansiedad ancestral de quienes buscamos insaciablemente
una gota de verdad para beber de ella y calmar y un poco el cansancio. Con la
tranquilidad de que todo será diferente. Y así, como cartílagos de nuestro propio
destino, sin independencia y con libertad, nos movemos hacia su encuentro.
Creyendo que sabemos algo, suponiendo razones, criterios, lógicas…
Todo será diferente.
El huracán
arrasó.
Mi cabello sigue
volando al viento. ¡Míralo bien!
No me he ido.