lunes, 23 de agosto de 2010

Sólo 24 hs.

(para la Ciudad que me vio nacer y lo seres que en mi corazón son parte indivisible)

Salimos de La Reforma, con el tequila bien prendido. Noche en pleno inicio. Seductora, la ciudad, nos ofrecía sus calles. Tomé la mano de mi amante y cruzamos rumbo al coche. -¡Manejo yo! -exclamé- ganando las llaves. Ninguno de los dos estaba en condiciones para hacerlo, pero sí algo disfruto es de conducir embebida y con música. El destino estaba cerca: El Tenampa. Unos tequilitas nos esperaban para desahogar netas, llorar amores, brindar y ¡agarrar la fiesta! Luis y yo -como la mayoría de los mexicanos- siempre encontramos un pretexto para juntarnos y echar los drinks. Unas de las mejores costumbres de nuestra tierra.

Mi cómplice sonrió y dejó que me saliera con la mía, su coche bajo mi mando. Busqué un par de discos; puse Lila Down. El delirio del maguey corriendo por nuestras venas a toda sinfonía de “Paloma negra”. Giré y tomé Viaducto. El tráfico iba intenso. En plena faena de cambiar de carril, un patrullero atravesado nos obligó a frenar. Luis sacó su cabeza por la ventanilla; al volver clavó sus ojos y exclamó: -¡El alcholímetro! -¿Qué? le dije, sin entender nada. -¿Traes licencia? insistió. -¿Licencia?, no, pus ya sabes que yo de papeles, sólo de los “otros”carnalito; dije guiñándole un ojo en señal de alivianarnos. Las luces rojas y azules, poco ayudaban.

-¡Cámbiate; órale, ahora!, gritó Luis sin dudarlo. En menos de un instante brinqué al lado del copiloto. Quedó él con el volante en mano. Hizo rápidos movimientos: bajó el volumen, se metió un chicle, se miró al espejo haciendo muecas de “cordero inocente”. -No hay bronca, traemos lana. ¡En diez minutos estamos fuera! A penas dije que sí e iba a comenzar darle las gracias, cuando dos policías golpearon la ventanilla. -Aquí los gestiono, cariño. “Baje del coche, enseñe licencia, credencial, sople aquí, ¿cuántas tomó? Luis, tranquilo contestaba mientras sacaba los freedom billetitos -No, amigo, nosotros no agarramos lana; expresó sereno el policía reteniendo los papeles. -Vamos... p´los chescos, ofreció Luis confiado. Pero el poli, -si bien no se ofendió- reiteró que no aceptaban mordidas y se lo llevó. ¡Maldición, el único policía honesto, y tenía que tocarnos a nosotros! Vi como otros coches también eran víctimas de este incorruptible equipo de “Mordidas Cero”.

Luis fue encerrado en el patrullero para luego ir al torito. Yo agradecida como jamás lo estuve, y más sobria que nunca. La ciudad ardiente, ahora nos dejaba helados. Metí mi cabeza en el poli coche y Luis y yo nos besamos con pasión. Tragándonos las ganas de seguirla, bebiéndonos; comiéndonos la boca. Juramos escaparnos al día siguiente ¡hasta desquitarnos con todo!

El poli conductor dio la orden de arrancar; otro me sacó de allí. Se llevaban a mi amante y con él la magia de esa noche; pero sólo por las próximas veinticuatro horas, no más.