miércoles, 11 de agosto de 2010

Sueños de una noche de agosto





Mi cuerpo desnudo revuelto entre las sábanas obscuras remata en imagen de la redondez de mis nalgas devueltas en el espejo. Por la ventana, ligeramente abierta, entran algunos despistados rayos de sol. El aire se ha vuelto espeso, aún huele a canela y sexo húmedo. En la vigilia de mis sueños, Javier se levanta y abre el cristal, permitiendo que entre una brisa fresca y renovadora. Sé que me observa desde la distancia. Su mirada es consistente como lo son sus caricias. Me recorre completa, sin la urgencia del deseo; deteniéndose en los detalles de mis pecas, de mis redondeces y mis defectos. Siento su goce de hacerlo, sus ganas contenidas en la intensidad de sus ojos. El tiempo parece detenido, atado por un hilo invisible que une su mirada a mi piel.
Vuelve a la cama. Tienta mi hombro con la tersura de su palma abierta, baja por mi brazo y toca mis dedos uno por uno hasta estacionar su mano a penas perceptible sobre mi cintura. Contornea mi abdomen, alargando sus dedos hasta el nacimiento de venus. Me seduce lentamente. Atrae su cuerpo al mío, sin pegarlo; dejando que mi deseo crezca desde dentro, viéndolo gestarse. Finjo que duermo. Dejo que adore mi cuerpo y mi ser en silencio, como si fuera un tributo. Cedo mi voluptuosidad sin que yo renuncie a mi postrada posición. Javier sabe que no estoy dormida. Él juega mi juego.
De rodillas contra la cama, se yergue encima mío. Ofrezco mi piel. Me entrego sumisa, carente de mandato. Frota su sexo potente en mi intimidad líquida. Me penetra de forma precisa; siento cada poro de su pene entrar en mi interior. Lo recibo despojada de control; prendada de ardiente deseo. No soy la dueña de mis fantasías; esta noche es él quien me las dirige. Lo imagino como un dios volcánico, hurtando fuerzas a las entrañas de la tierra, hasta poder explotar y derramar así su lava impetuosa. Todo mi cuerpo es una caldera.
Me toma de las caderas y me acomoda a su antojo. Me embiste tenazmente. Sabe que no podré contenerme mucho más, entonces baja sus ansías, disminuye sus movimientos y acaricia mi espalda con determinación suave. Respiro y me concentro. Es él quien me eleva, y me maneja. No deja que me pierda en la mitad del camino; me quiere llevar al límite del abismo, y caer juntos. Regresa ahora a los espirales de gozo, acelera su deseo, busca que los dos estemos listos para verternos en acuosa manifestación de Eros. Cabalgamos sobre olas del placer. La turbulencia de las respiraciones nos marcó el tiempo. Sentí su potencia abrirse paso entre mis ganas ansiosas, su cuerpo se temblaba apasionado. Sus músculos se tensaban cada vez más y yo, poseída por él, seguí sus energía erótica como igual efervescencia. El volcán estallaría y yo, junto con él. Nos entregamos al gozo máximo de explotar juntos. Una gota de espesa consistencia rodó por mi pierna y saludó al dedo gordo de mi píe. Nos quedamos inmóviles, atesorando el recuerdo, tatuándolo bien dentro de nuestra memoria. Sabiendo -ambos- que pocas veces el unísono de las pieles y el deseo de mezclan. Esa noche la recordaríamos, más allá de dirección tomaran nuestros caminos.