sábado, 18 de julio de 2009

Tarde de vidrios escurridos


Llueve; afuera y dentro.
Me pierdo.
Intento seguir mis destinos, por más pequeños que estos parezcan. La búsqueda se lleva parte mi. Pretendo detenerme sobre el teclado y escribir. Mis dedos se entumecen de ansiedad. Mi boca permanece inmóvil y aun así creo que el mundo entero me escucha. Desarticulada.
Trato, una vez más, de seguir mis impulsos, de volcarme a las letras reclamando paz. Fracaso.
A lo mejor si lloviera menos, o si dejara las emociones para otro día, o si tomara té en vez de vino. Tal vez si usara menos pantalones y más faldas, o si tuviera el cabello corto; tal vez si hubiera comido fruta; tal vez así sería otra mujer. Imposible. Aunque hiciera todo aquello que debiera, aún así se clavarían las dagas filosas en mi pecho. ¿Será qué me gusta demasiado? o ¿sólo una postura miserable de mi presencia?
Pregunto.
No respondo.
Ha dejado de llover, y el timbre me ha salvado. Perderme esta tarde entre las conversaciones ajenas, tal vez así logre sobrevivir.

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